sábado, 23 de agosto de 2008

PEREGRINACIÓN A TIERRA SANTA (8). MONTE DE LAS BIENAVENTURANZAS


El peregrino de antaño debía emplear grandes esfuerzos económicos y de tiempo pra poder visitar los sagrados lugares. El espacio y el tiempo tenían su auténtica dimensión humana, y la oración y el cansancio llegaban con la lentitud de los bueyes al atardecer. Sin embargo, los viajeros de hoy en día solo somos turistas y disparadores de máquinas fotográficas digitales. Da lo mismo que uno intente llevar un ritmo lento y contemplativo en su viajar. El bus nos traslada de un punto a otro del lago en un padrenuestro + avemaría + gloria. Los corazones aún palpitan con los latidos de Pedro en Cafarnaúm y de los numerosos enfermos que se acercaban a aquella sencilla casa de pescadores... y una hora más tarde estamos en el monte de las Bienaventuranzas, poco después en Tabgha --donde la multiplicación de los panes-- y en el cuarto de hora posterior ya vivenciamos los momentos del primado de Pedro -¿me amas más que estos?- a la orilla del lago. Aunque el anhelo de Paco Molina era impregnar todo el viaje de espíritu de oración, contemplación y experiencia viva de fe personal y comunitaria, aquella mañana del 1 de julio se iba a convertir en un caluroso quemar etapas guiados por un acelerado fray Pedro. Este tenía medido el tiempo de estancia en cada lugar y poco a poco se convertía en el "avisador de los instantes en fuga".
De todas formas, cada peregrino buscaba el modo de superar sus propios impedimentos... Y ahí estaba el lago, tan cerca de las ventanas del autocar. Y nos esperaban aquellas encantadoras poblaciones y sus evangélicos lugares. Pienso que quizá esta jornada sea la que nos muestre la dimensión de plenitud vital de Jesús y sus discípulos. Cada rincón de tierra, agua y cielo está impregnado de sabor a Evangelio, a pesar del tiempo pasado. Es fácil ver pasar arriba y abajo a aquel grupo de seguidores; poco a poco, como una onda expansiva, llegaba a más lugares la Palabra de Dios. Los pobres, los sufridos, los hambrientos de pan y de justicia, los sedientos de paz y de agua viva... Y un día Jesús los contempla extendidos desde la orilla del lago por toda aquella ladera hasta la cima en la que él está, y no tiene más remedio que proclamar la gran paradoja de la felicidad desde el punto de vista de Dios, desde su punto de vista...
Felices vosotros los pobres, felices los que ahora estáis sufriendo, felices los que hambreáis otro mundo nuevo posible, felices los humillados, los oprimidos, y felices los que les ayudáis, los que trabajáis por la paz, por el Reino, los que aún tenéis el corazón limpio y una mano reconciliadora... porque tenéis a Dios de vuestra parte, Él reina en vosotros, el Reinado de Dios ha sido inaugurado... Y aquí venimos nosotros a esta misma ladera, a este mismo monte de las Bienaventuranzas. Somos felices porque tú, Señor, nos lo has proclamado aquí mismo, y te hemos creído, y sabemos que es así. Son tantas las heridas de las personas que vamos en esta expedición..., viudedad, enfermedad, accidentes deformantes, vejez, soledad, depresión... y aun así sabemos que en Ti somos felices. Son tantos nuestros esfuerzos por construir el Reino..., años de misiones, años de tejer pequeños recintos comunitarios de dimensión humana, años de catequesis experiencial y viva, años de comprometernos en la sociedad civil, y en la Iglesia, años de más fracasos que de éxitos, años de persecuciones... y aun así sabemos que en Ti ha merecido la pena.
Los peregrinos nos vamos esparciendo por diversos rincones del recinto del monte. Unos se quedan en la iglesia de Barluzzi, con su octógono y sus ocho bienaventuranzas, cada cual medita en la felicitación que más le toca. Mateo 5. Otros se desparraman por jardines y miradores. Qué pequeñas revelaciones no nos habrá ido haciendo el Maestro al oído. Hoy somos multitud, aparte de nuestro bus hay otros muchos, de todas partes del mundo hemos venido aquí a que nos sople en el oído la brisa del Espíritu. Polacos, italianos, alemanes, españoles, japoneses... desde hace casi dos mil años, el sermón de la montaña nos ha ido siendo transmitido, como un programa de vida, no como el "opio del pueblo" que mentaba y mentía aquel pensador materialista, no así, sino como una transformadora fuente de Gracia.
Desde Galilea hasta Roma, desde Jerusalén hasta todo el mundo entonces conocido, desde España hasta América, desde Europa hasta la India, Japón y China... Y vuelta a empezar, los misionados se convierten en misioneros y todos nos vamos repitiendo unos a a otros las palabras de Mateo 5... Agarrado a mi guitarrilla hago arpegios de 8 notas, una por cada bienaventuranza, cada nota y sus armónicos, no se puede prescindir de ninguna. En nuestras comunidades todo se debe construir desde este programa de felicidad y todo debe llevar a él. Cada grupo está formado desde la pobreza de espíritu por los pobres, los sufrientes, los humildes, los humillados, los que trabajan por la paz, los hambrientos y sedientos de justicia, los limpios de corazón... No debe haber criba, ni números clausus, ni notas de corte para entrar a una comunidad cristiana. No se debe emplear el poder ni el dinero ni la fama como medio de atraer a nuevas personas, no hay más "programa, programa y programa" que bienaventuranzas, bienaventuranzas y bienaventuranzas.





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