viernes, 22 de agosto de 2008

PEREGRINACIÓN A TIERRA SANTA (7). CAFARNAÚM

Hay días que se estiran como los relojes de los cuadros de Dalí. Hay jornadas en las que se condensa todo un cúmulo de experiencias y sensaciones, que podrían llenar varias semanas.
Así ocurre con los peregrinos por Tierra Santa. Varios años de retiros espirituales no dan para alcanzar las revelaciones y epifanías que se producen el alma del viajero en un solo día. Sin embargo, hay un peligro en alcanzar el clímax justo nada más acabar la primera jornada de la peregrinación: es muy difícil volver a tocar techo.
Así, puede ocurrir que los corazones, sedientos de renovar sensaciones y vivencias, no sean capaces de saciarse nuevamente, y se queden como colgados de sus ansias, y estas se vuelvan en su contra y ya nada les satisfaga. Esto suele ocurrir con los cristianos en su marcha espiritual por la vida en general, que las experiencias cotidianas no les parecen ya tan reveladoras del Señor como aquellas otras vivencias excepcionales. Y desprecian lo normal por el ansia de lo maravilloso. Así mismo, a menudo los peregrinos sienten una especie de vacío en sus almas cuando las jornadas no llegan a dar de sí lo que ellos mismos anhelaban. Algunos pueden sentir una especie de celos al ver que los otros muestran sus emociones con lágrimas, o con euforia. Otros, quizá menos formados en su fe, andan deambulando por los sitios sin alcanzar a situar por qué sus otros compañeros de viaje viven aquello con tal emotividad o fervor. Unos, agobiados por el calor o la sed, son incapaces de subir un escalón más, o bajar a otra gruta. Este debe acompañar a aquel otro que arrastra sus pies y para cuando ambos llegan, los demás ya vuelven. Aquella no desperdicia un momento de hacerse fotos y no atiende a explicaciones. Esta otra anda angustiada por algún enfermo que dejó a punto de ser operado. Aquellos se sienten decepcionados en su segundo viaje a Tierra Santa porque todo está más urbanizado y ya no se puede entrar a ciertos lugares, y además ya no vuelven a sentir lo mismo. Otra necesita medicamentos, y qué difícil es adquirirlos en el extranjero, sin dominar el inglés, sin entender a los médicos o a los famacéuticos... En fin, el segundo día en Israel iba a representar el choque entre nuestras expectativas, ampliamente logradas en el primer día, y la realidad con su prosaísmo, con su pegajoso calor, con su cansancio acumulado claramente, con su prisa. Cada nuevo lugar se confunde con el anterior y el peregrino ya no sabe dónde está aquella piedra, aquella ruina, aquel templo.
La jornada había comenzado para mí con un buen rato de contemplar el lago Tiberíades desde mi balcón y desde el ventanal del pasillo que conducía a la habitación de mis hijos. Quién pudiera recuperar cada día esas aguas azules y la calma de aquella orilla, el canto de los jilguerillos. Fue un momento esencial. Yo me unía al mirar aquello a la mirada de Pedro o Andrés al amanecer, cuando desde su casa en Cafarnaúm, contemplaban las aguas cercanas y su barca, aquel mismo día en que el Maestro los llamó a seguirlo. Discípulos ellos, discípulo yo... En seguida hubo que dejar ensoñaciones y ponerse a la trepidante tarea de conseguir que toda la familia estuviera a tiempo en el desayuno y a tiempo en el autobús. Hoy iba a ser el día en torno al lago. Es más iba a ser el día en pleno lago, en el mar adentro ("Duc in altum") que decía Jesús. Remad mar adentro.
Nuestra primera parada fue Cafarnaúm. El pueblo en el que Nuestro Señor pasó mucho tiempo de su vida pública. Allí vivían el núcleo de los que serían sus apóstoles. De aquel entonces quedan muchos restos. Los peregrimos entramos en el amplio recinto de las ruinas del poblado evangélico. Antes que nada nos dirigimos a unas sombras con bancos de piedra para poder hacer nuestra oración. Como era primera hora de la mañana, las 8 más o menos, aún no había llegado ningún otro grupo. Es costumbre en Tierra Santa asegurar los itinerarios y marcar las horas de visita, para que no se acumulen los grupos de peregrinos en un mismo sitio, y así nadie es molestado en su intimidad espiritual. Nuestra oración, pues, transcurrió en torno a la experiencia de Iglesia. Queríamos sentar las bases de nuestra experiencia eclesial: la casa de Pedro, de Simón-Roca, Simón-Piedra sobre la que se asentó la Iglesia, nosotros Piedras Vivas que construimos la casa ensanchada por los cuatro puntos cardinales. Piedras Vivas, como insitía el mismo Pedro en su carta (1 Pe). Y Jesucristo la piedra angular. Nosotros, llamados a construir el tejido comunitario, al estilo de aquella pequeña comunidad que se reunía en casa de la suegra de Pedro ahí mismo, a dos pasos de donde estábamos haciendo esta oración.
Tras nuestro primer momento de comunión espiritual con el lugar y los que lo habitaron, hicimos nuestra visita desde un punto de vista más cultural, comprobamos el valor de los datos arqueológicos, las diversas pruebas que atestiguan que aquellas piedras y aquellas casas son las mismas ante las que Jesús y sus discípulos desarrollaron parte sustancial de la historia de amor más grande jamás contada. Nuestros pasos nos llevaron hasta un hermoso templo alzado sobre lo que se conserva de la mismísima casa de Pedro, o mejor, de la suegra de Pedro, pues en aquella época las estancias familiares se iban expandiendo en torno a un núcleo y se ve que en el caso de Pedro el núcleo original pertenecía a la familia de la madre de su esposa. El templo, lleno de simbología eclesial, está construido de tal forma que permite contemplar en su centro y debajo las ruinas de la mencionada casa. Tiene forma como de barca. En las ocho columnas que lo sostienen, los peregrimos podemos contemplar varios relieves en madera de tilo que conmemoran la presencia de Jesús y María en la casa de Pedro y los milagros realizados en Cafarnaúm (por ejemplo, un endemoniado, la suegra de Pedro, un leproso, un paralítico -Mc 1 y 2-, la hija de Jairo, la hemorroísa -Mc 5- el siervo del centurión -Mt 8-). Allí se recuerda también el discurso del pan vivo que Jesús pronunció desde la orilla del mar, a unos 20 metros de la casa (Jn 6). La presencia de María en Cafarnaúm aparece en Jn 2, 12, Mc 3, 21, Mt 12 o Lc 8. De todo esto hay elementos decorativos reprensentativos en el templo. La comunidad y acompañantes hicimos una proclamación de la lectura del pan vivo. La nueva comunidad de discípulos de hoy en torno a los restos de la primera casa-iglesia antes del mismo inicio de la Iglesia.
Tras el ratito de oración, descendimos a la parte superficial sobre la que se eleva el santuario del Memorial de san Pedro, para ver más de cerca la casa y la "Domus Ecclesiae" (la casa de la Iglesia). Se sabe que fue ésta y no otra la casa del primer Papa porque es la única que fue convertida en "Domus Ecclesiae" por los primeros cristianos del siglo I, para poder venerar el hogar santificado por haber vivido allí Jesús. Muy cerca, a unos 20 metros, se puede ver el mar. Es fácil imaginarse a Pedro saliendo de su casa por la puerta de atrás para alcanzar la orilla, que le quedaba del lado Sur. Del lado Este se ve que la casa daba a la calle principal del pueblo, y por allí quedaba muy cerca la sinagoga en la que predicaba Jesús. Eso me recordó la casa de Inma y Paco, en Lucena, a pocos pasos del templo parroquial. Y es que entonces como ahora eran un
puñado de personas entusiamadas por Jesús, que desde la fe recibida de sus mayores y por la fe transformadora de sus vidas fueron capaces de dejarlo todo por ir detrás de Él. Compruebo la sencillez de esas paredes, vislumbro lo que pudo haber sido aquel techo de barro y cañas que desmontaron aquellos hombres para hacer bajar al paralítico, imagino las sobremesas diseñando las jornadas evangelizadoras del día siguiente, sin cesar el ir y venir de gente, casa de puertas abiertas a los discernimientos, a la oración, a los milagros cotidianos (me trae a la memoria la casa de Fernado y de Mª Ángeles). Sé que este es un camino vivo para la supervivencia de la Iglesia Universal, la vivencia de la fe en las casas-iglesias. Que cada una de nuestras casas sea como la casa de la suegra de Simón Pedro, un hogar en el cada día descansa Jesús, comparte la comida y un ratito de oración, un lugar donde los que sufren y tienen necesidades saben que pueden ir buscando consuelo.

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