martes, 29 de julio de 2008

PEREGRINACIÓN A TIERRA SANTA (5). TABOR

Desde lo que fue la casa de la Sagrada Familia de Nazaret, atravesando el zoco, llegamos a lo que hoy se presenta como la sinagoga que había en tiempos de Jesús. En realidad, los datos arqueológicos más bien indican que es un edificio medieval, hecho iglesia en el siglo XVIII. Hoy es la parroquia de los cristianos melquitas. Ese asunto de las distintas realidades de grupos cristianos nos resulta muy llamativo. En este caso son griegos católicos. En otros lugares iremos encontrando otras versiones de cristianismo, algunas muy antiguas y venerables.


Como decía, llegamos al pequeño recinto, atosigados por las prisas de nuestro guía, apenas dio tiempo para sentarse los primeros y ya estaba intentando leer el pasaje al que aquel lugar hacer referencia. En el grupo iban algunos componentes bastante impedidos, incluso con evidente cojera; pero en esta ocasión quienes se retrasaron fueron los jóvenes. Eso llevó acarreada un pequeña riña: "Es necesario ir pendientes y en grupo, Tierra Santa tiene muchas cosas que visitar, y las compras en zocos no es el objetivo, iremos al ritmo del más lento por necesidad, pero no del más distraído..." Finalmente pudimos proclamar la lectura, tan querida para nuestras comunidades y grupos, de Jesús anunciando en la sinagoga de Nazaret, tras leer la Palabra de Dios, que aquella Palabra se cumple aquí y ahora: "Esta escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy" (Lucas 4, 14-30). Aunque sabíamos que este no podía ser el lugar exacto, lo cierto es que nos impresionaba revivir este pasaje en las "mismas coordenadas GPS". ¡Cuántas veces no habremos afirmado llenos de alegría que este o aquel pasaje de la Escritura se estaba cumpliendo también para nosotros en diversas ocasiones de nuestras vidas! Precisamente este sencillo descubrimiento es el que alimenta una de las claves de nuestras comunidades (y, claro, también, de la Iglesia Católica): la escritura inspirada provoca una lectura inspiradora, la escucha de la Palabra en comunión con toda la Biblia y con la Tradición escrita y viva de la Iglesia nos hace estar dispuestos a descubrir los designios de Dios para nosotros "aquí y ahora", en esa constante "lectio divina" que inició el mismo Jesús en Nazaret.



Sin embargo, nuestra estancia en Nazaret se agotaba, uno querría volver a Tierra Santa para poder permanecer una semana sin moverse de aquí, y nosotros solo teníamos medio día. El resto de la jornada tenía como segunda estación luminosa el monte Tabor. En cierto modo se trataba de hacer un paréntesis en un día marcadamente mariano, pues la tercera estación iba a ser Caná.





Pero allí estábamos, ante un monte como de dibujo infantil, saliendo majestuoso en el centro de una extensa llanura, sin más montaña alrededor. Es evidente que invita a subir, que aquel grupo de discípulos guiados por su maestro espiritual, al pasar por la zona, no tenía más remedio que verlo y, sin más motivo que estar más cerca de Dios, subir, subir para ver la tierra y el cielo desde su cima... y orar. Claro que el esfuerzo caminando debía de ser grande, y la cosa no estaba en ir de bulla hasta arriba y estar allí como en romería... Sólo subirían Jesús y tres escogidos, Pedro, Santiago y Juan, los más cercanos al maestro, para hacer oración con él, para protegerle, para velar con él (esta vez sí, aunque más adelante, en otro monte, el de los Olivos, no serán capaces de vencer el sueño).



El monte se alza unos seiscientos metros, solitario sobre la llanura de Esdrelón, y es así como redondo. La carretera sube haciendo eses como para ir a las ermitas de Córdoba o para subir a Covadonga. Los peregrinos nos agrupamos de diez en diez, nos llevarán microbuses-taxi. "¡Cuidado con el taxista manco!" Comenta fray Pedro. Creíamos que estaba de broma... Nosotros vamos subiendo, un poco cargados por la siesta inexistente, vamos contemplando curva a curva el paisaje, abajo, cada vez más abajo, queda el Kiosko donde hemos tomado los vehículos, el chófer va muy rápido, se sabe el camino con los ojos cerrados, en el empinado arcén hay pinos, encinas y algarrobos, siempre hay un lado de caída libre y otro de ascensión sinuosa, suena un móvil, es el del conductor... Gabriel me dice haciendo gestos "¡el manco! ¡nos ha tocado el manco!"... El hombre agarra el teléfono con su única mano, el volante va suelto cuesta arriba, tiene una especie de mango vertical en el filo del redondel y con él dirige el microbús, casi como un timón pero horizontal. Se coloca el móvil entre oreja y cuello, tiene controlado hasta el tiempo del que dispone entre curva y curva (¿cinco, diez, veinte metros?). Luego compruebo que no es realmente manco, sino que tiene una de esas manitas más pequeñas que las de un recién nacido, su brazo izquierdo no mide más de una cuarta, es como una diminuta alita que agita el viento de la ventanilla. A veces suelta el volante para gesticular con la mano sana, parece que discute... sin dejar la conversación, detiene el taxi en la cima. Qué experiencia.




El camino hacia el recinto donde se eleva el templo de la Transfiguración se nos va entre comentarios jocosos, en los otros grupos también están agitados por las prisas de los conductores, pero nosotros hemos sido los "elegidos" del destino. Nos ha tocado el "manco", nadie podría decir el presunto eufemismo de "discapacitado". (Luego al regreso tuvimos la fortuna de bajar de nuevo con él. La música de su radio y el fervor que íbamos a alcanzar en aquella cumbre iban a hacer bailar de alegría a Sole y a todos nosotros).



La cumbre del monte Tabor presenta un amplio espacio llano, lleno de hermosa vegetación, natural y ajardinada, solo existen en la cima unos edificios y unas dependencias cristianas, rocas y alguna ruina de cuando aquí había sede episcopal, en los primeros siglos del cristianismo. Cuando entramos en el recinto acotado, nos sorprende a la derecha un pequeño comercio, "La tienda de Elías"... así que finalmente alguien vino e hizo una de las tres tiendas (Jesús, Moisés y Elías). Pero lo han tomado en sentido de tienda de productos religiosos. El "Elías" de hoy sale al umbral y llama a los sacerdotes del grupo, esos tienen derecho a café gratis. Se trata de la típica argucia comercial, llamar al pastor para que detrás vayan las ovejas. Pero en esta ocasión las ovejas vamos atraídas por la basílica de la Transfiguración, construida en 1924, obra de Antonio Barluzzi, cuyas obras iluminan diversos lugares de Tierra Santa.

Las bellísimas obras artísticas que encontramos están cargadas de simbología. El templo intenta recordar, de verdad, a las tres tiendas: bajo cada campanario, a los lados, las de Moisés y Elías, en el centro, la de Jesús. El concepto de Transfiguración se desgrana en mosaicos: Jesús se transfigura en el nacimiento, en la eucaristía, en la muerte -cordero inmolado del Apocalipsis- y en su resurrección. Los peregrinos, sobrecogidos, nos vamos acercando al altar, nos disponemos a la adoración. Cuando finalmente llegan los sacerdotes de la otra "tienda", iniciamos una oración... Con la guitarra en la mano, inicio el canto de Kairoi "Jesús es Señor", fácil y repetitivo, todos lo van siguiendo; en un arrebato de adoración, como Pedro entonces, pues vislumbramos la gloria del rostro de Jesús, nos levantamos todos, alzamos nuestros brazos, nuestras manos, "Jesús es, Jesús es Señor..." "Gloria a Dios, Gloria, Gloria a Dios"... La oración, la adoración transcurre con una profunda vibración, como un diapasón de metal que extiende la nota a cada instrumento...
Como en tantas ocasiones, la clave del Tabor es la escucha de la Palabra. Escuchar a Jesús y participar de su gloria a tavés de la contemplación e imitación de cada momento de su vida. Además tenemos su presencia eucarística. Debemos profundizar en nuestras comunidades en los espacios de adoración. La adoración eucarística, que preconiza el Beato Manuel González, y que tantas luces está aportando en la comunidad matriz y en la parroquia. No todos tendrán la fortuna de contemplar el monte Tabor, pero todos podemos ver a Jesuscristo en el rostro de la Eucaristía. Otro rostro donde Él se revela es en el pobre: "cuando lo hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis" y por él aceptar la cruz, como Jesús, que desciende del monte de la transfiguración para someterse a la desfiguración de la tortura. Otro aspecto que resalta el
monte Tabor es el de la belleza natural, el canto de las criaturas que decía san Francisco (cuya imagen nos sorprende entre los jardines, abrazando al crucificado), la ecología, la creación como rostro de la divinidad.










En el esplendor de la nube
se oyó la voz de Dios Padre:

ESTE ES MI HIJO, EL AMADO,
ESCUCHADLE.

Contemplad el rostro de Cristo
que se transfigura radiante.

Quién pudiera alzar unas chozas,
por siempre en la cima extasiarse…




Pero hay que pasar el Calvario
antes que la Gloria se alcance.

Gólgota y Tabor, Cruz y Gloria,
Fuego del amor más brillante.




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