jueves, 1 de septiembre de 2011

Un trovador en la JMJ

El Monasterio de Cristo Redentor y un Papamóvil

He descargado al fin las fotos en el ordenador… Ya ha pasado una semana de la JMJ. El peregrino es ahora un sedentario que escribe memorias y camina por las galerías del recuerdo… El trovador vuelve a la música de estudio y a los archivos word… Miro las fotografías del verano… Son fotos al azar… Apenas ya hago clic en la cámara, ahora vivo… y no fotografío. Roberto Vega me pidió una foto de la actuación para LolekMagazine, su revista sobre la música católica, pero no tenía… Todo se quedó en mi memoria, sombras en los pliegues del cerebro, vida en el Corazón de Jesús… Soy un fracaso para el márquetin, igual que Jesucristo, que confió todas las enseñanzas a una docena de garrulos… Así no llegaré a nada en Facebook.
No tengo fotos mías, pero sí hice una foto, y qué foto. Siete almas bellas se asoman a la puerta de su casa para ver pasar al pastor de la Iglesia… Como las vírgenes en vela, estaban preparadas desde mucho tiempo antes… Tenían una conexión con el rudo policía de la calle, junto a su puerta…

-¿Queréis agua, que hace mucho calor? dice la monja de Jaén.
-No hermana, tenemos unas botellitas aquí en el hueco de la copa del árbol, a la mano..
-¿Y cuando pasará? –No se lo pueden perder, llevan rezando por esto desde hace un año, y ahora ya solo queda la vigilia y que pase por la puerta, camino de Cuatro Vientos.
-Dicen que a las siete… dicen que a las siete y media…

Los miles y miles de peregrinos llevan desfilando desde bien temprano, como una gigantesca marea de colores chillones, naranja, amarillo, verde, rojo… como un río esperanzado en busca del mar de la acampada a cielo abierto… Un encuentro con el Vicario de Cristo, el sucesor del pescador de Cafarnaúm, el hermano que confirma en la fe… Puedes mirar y ver un anciano alemán, o un sabio estudioso, o un sabiondo teólogo, o un controlador de la Doctrina, o un inquisidor, o un garante de las verdades de la Iglesia, o un nazi como dicen los que lo insultan, o un defensor de la paz, o el autor de la encíclica sobre “Dios es Amor”, o el- Papa,- viva -el -Papa… Cada uno ve con la mirada que tiene. Dichosos los que tienen la mirada limpia…. Pero solo es el sucesor de Pedro. Signo de la unidad de la Iglesia Universal. Cristo escogió a Pedro, el mismo que confesó su fe en el Mesías, el mismo que llevaba espada y cortó la oreja del guardia, el mismo que lo contempló transfigurado, el mismo al que le dijo “apártate de mí, Satanás” porque no quería que muriese en cruz, el mismo que se rajó acobardado y le negó tres veces, el mismo que lloró amargamente, el mismo que corrió hacia el sepulcro con el alma en la boca porque dicen las mujeres que ha resucitado, el mismo que declaró una mañana que ese Jesús al que crucificasteis es ahora la piedra angular, el mismo que se levantó de un sueño y admitió a los paganos en la Iglesia, el mismo que, siendo tan judío de siempre, dio la solución en el Concilio de Jerusalén, los paganos no tienen que ser circuncidados, el mismo que escribió en su carta “hay que dar razones de nuestra esperanza”… Te ceñirán y te llevarán a donde no quieras… Murió mártir en Roma. “¿Me amas más que estos?” “Lo que ates y lo que desates…” “Sobre esta roca edificaré mi Iglesia…” “Señor, a quién iremos, lo hemos dejado todo por seguirte” “Señor, lávame no solo los pies, sino las manos y la cabeza…” “Señor, tú sabes que te amo” y así sucesivamente, doscientos sesenta y tantos, uno tras otro, cada uno repitiendo, en su época y a su modo, los aciertos y las faltas del pescador de hombres, así hasta Benedicto XVI, B16, Bee-ne-dic-to, un viejo que tenía 78 años al ser elegido Papa tras la sombra del gigante JPII. Él que quería jubilarse a los 75 para escribir… Y va y viene aquí, ochenta y pico años, como mi padre, cada día más tierno en los afectos, contradictorio en su elegancia al vestir, ay, esos zapatitos rojos, pero más bueno, más sencillo, tan débil… “estoy aquí para confirmaros en la fe, queridos jóvenes, para deciros que vale la pena seguir a Jesucristo…”

Y entonces las monjitas de clausura se atreven a salir hasta la puerta de la iglesia del Monasterio de Cristo Redentor, con la cancela cerrada, para ver pasar al Papa. Su hábito es rojo, el velo azul, y por medio un toque de blanco. Colores que la visión de la fundadora, María Celeste Crostarosa, llena de sentido: martirio, humildad, pureza. Aquellas monjas, “viva memoria de Jesucristo”, recibieron el Vaticano II habiéndose adelantado en las actitudes que luego se irían desgranando por nuestros pueblos y ciudades. Eran cuarenta. Protagonizaron el relevo generacional de la vida contemplativa. Hubo santas escondidas entre las paredes del Monasterio, entregadas al Amado como un fuego ardiente, consagradas al silencio del puro amor. Hace unos años las ha golpeado duramente la muerte de varias hermanas jóvenes que podrían haber sido grandes maestras de espiritualidad en nuestro tiempo. Unos libros testimonian la heroicidad de su fe, Cecilia, Maria Luisa, Alicia… Ay si hubiera dinero para iniciar causas de santidad. Son pobres. Quedan poquitas. Otras crisis las desvastó hace no mucho. Algunas se salieron… Quedan poquitas. Varias de setenta para arriba. Una de veintisiete, que estuvo en El Escorial en el encuentro de religiosas jóvenes con el Papa. Cómo hacer para tener vocaciones, para darnos a conocer, quizá un disco sobre la fundadora… Son las inquietudes de la más joven, la hermana María Ángeles, siempre llena de buen humor. Quedan poquitas. La superiora, la Madre Inés, sigue indicando lo que es esencial, “estamos aquí para rezar”. El parkinson la tiene muy mermada en lo físico, pero no en la mente ni en el espíritu. Y allí está sentadita en una silla a la puerta, junto a sus hermanas de comunidad, tranquila en Cristo ante tanta crisis… Va a pasar el Papa delante del Monasterio. Una sonrisa abierta en la fragilidad de su rostro. La madre Felicidad, de pie, vela a la derecha según la cámara fotográfica. Llevar ese nombre se ve que imprime carácter. Es la cocinera. “Ay qué poco coméis”, nos insiste por las mañanas. El grupito de la izquierda, se ve a la madre Asunción, que es firme como un cedro del Líbano, es quizá la mayor de todas, ochenta y muchos, pero se muestra erguida, con un punto de seriedad amable. María Ángeles, aún juniora de votos temporales, casi nueve años en clausura, aparece como una chiquilla inquieta y encantada, arriba y abajo, es la más dinámica, es la más preocupada de que sus monjitas puedan ver bien al Papa. Ya ha logrado que los dos furgones de la Policía, recién aparcados, dejen visión abierta desde la esquinita del Monasterio, calle de la Madre Celeste, hasta la calle Joaquín Turina, donde está la residencia de los marianistas de donde saldrá el Papamóvil. Es ella la que controla al guardia indagando la hora. La madre Teresa, la organista, toda delicadeza y encanto, la protege con su acompañamiento. Cierra la foto por la izquierda. Detrás, al fondo, en el interior del templo, se vislumbra a otras dos hermanas, discretas, temerosas, dobladas por la enfermedad. Una de ellas es Sole, la portera, que siempre te da y recoge las llaves con una sonrisa y unas palabras llenas de buen humor. La otra, también se llama Mª Ángeles, nunca habló con nosotros, o no pudo hablar por su enfermedad, ha quedado tapada por el rostro sonriente de la superiora, la madre Inés. Como las vírgenes sabias, aguardan.

Nosotros hemos preferido hacer la jornada del sábado con ellas. Aguardar con ellas. Sabemos que al quedarnos aquí, probablemente nos quedaremos sin buenos sitios en Cuatro Vientos, aunque cada peregrino con acreditación tiene asignado un cuadrante, el nuestro es D-2. Pero viendo la cantidad de personas que están pasando por Carabanchel Alto hacia la base aérea, es de suponer que para cuando lleguemos nosotros ya no habrá buenos huecos. Además nos han dicho que dos de las hermanas tienen permiso para salir del Monasterio y acudir a la vigilia después de que pasa el Papa. Y nos ha parecido buena idea acompañarlas en esa salida excepcional. También han venido el hermano de Mª Ángeles, Julián, y su esposa Laura. Así que todos iremos después al aeródromo, cuando el Papa haya pasado.

El paso es tan esperado como rápido y fugaz. Pero en la retina de la Madre Inés todo sucede con la lentitud de la oración. El Papamóvil pasa, y una mano de un anciano sonriente y cariñoso con ellas, que las ve claramente allí aguardando, las bendice… En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu… Te doy lo que tengo, dijo Pedro… Una bendición al pasar… Sabe que oran por él todos los días… Hermanos, una carga tan pesada, yo no puedo llevarla solo, nos dijo el otro día B16… Las monjitas sienten un gozo indescriptible… La foto tras su paso así lo confirma: todo son sonrisas…. ¿Has visto cómo nos ha bendecido? Nuestros niños también están contentos… Si es que estábamos a un metro… Qué siroco, ¿verdad? Son jóvenes. Están alegres. El Papa pasó al ladito… Tiempo vendrá de reflexionar, de marcar diferencias y adhesiones, el camino de la fe es largo… ahora solo es el gozo de un afecto expresado con sencillez juvenil, un aplauso, un grito, una bendición fugaz… capturados en el móvil.

La vigilia en Cuatro Vientos

Ahora toca también marchar a la vigilia. La madre Teresa va a salir de la clausura junto a la hermana Mª Ángeles. Sacan una bandera del Vaticano, montada en una larga barra metálica de cortina. Me la dan. ¿Me la dan? ¡Me la dan! Soy el de la bandera. Yo, que era tan contestatario de joven. Soy el de la bandera. Es que les hace ilusión a ellas llevarla, cómo decir que no, que me da vergüenza, que pase de mí el cáliz de la bandera… Así no hay quien se pierda entre la bulla. Allá vamos… Conforme más cerca de Cuatro Vientos, más gente de vuelta… Ya no cabe nadie más… Ni con acreditación… Pero la madre Teresa sigue adelante, con una firme convicción de que tiene algo que hacer: orar. Yo flaqueo… "¿No será mejor volver y verlo en la TV?" "No, dice, yo quiero que lleguemos hasta el final. Me tienen que decir que claramente que no…" Allá vamos. Cada vez más viento aborrascado, algunos goterones sueltos nos van cayendo… "¿Nos volvemos?" "Que no, que yo sigo, dice la madre Teresa -cincuenta años en clausura- he salido para algo…" Se ven rayos, se oyen truenos. Ay que llevo la barra metálica. Todos se pitorrean de mí… "Que te va a caer un rayo…" "Pues me voy pa’l Cielo de cabeza con tantos, tantos rezos como llevamos", Paqui preocupada, "¿por qué no la dejas por aquí… en el camino…" Voy revestido de la Armadura luminosa, que hemos cantado en nuestro último CD. Me enfrento al Dragón de la Tormenta con la barra metálica de una cortina, el escudo de la fe y la coraza de la esperanza. Se hace de noche oscura, llegamos a la primera (o mejor, la última) zona del gran campamento de peregrinos, los que no tienen acreditación, los expulsados… Pero hay una carpa blanca, Comunión para celíacos, “Madre, aquí hay una capilla, está el Señor…” “Vamos adentro, dice la anciana, a orar”. Nada más entrar, justo cuando estamos todos bajo techo, comienza a llover con tremendo huracán… Cuatro Vientos hace honor a su nombre.

Aquí estamos junto al Señor. No hay macropantallas que mirar, ni siquiera se oye al Papa ni la vigilia por el megasonido, solo la trepidante lluvia y el viento que levanta los alerones de la tienda… Pero no cae, se mantiene firme, no es la tienda caída de David… Un sacerdote hispano, pequeño y valiente, se levanta y empieza a predicar en tres idiomas, chapurreando algún otro… "Estamos aquí por Cristo. Cristo es el importante. No hemos venido por el Papa", repite lo mismo que llevo sintiendo todos los días. "Vamos a hacer la exposición del Santísimo, vamos a orar". El suelo de la tienda, de césped sintético, está copado de personas ateridas por el frío y la lluvia y el susto. Una madre con carrito y bebé en brazos. Deben ser neocatecumenales. Una pareja de jóvenes africanos, bella ella, fornido él, están sentados junto a la madre Teresa, a mi lado, unos polacos, más allá, franceses, y alemanes, ingleses, latinoamericanos, asiáticos… como en una especie de arca de Noé, hemos sido salvados de las aguas, una muestra de todas las naciones… La adoración se inicia, cantos improvisados en varias lenguas, de nuevo el Pentecostés eclesial. Salen voluntarios de cada lengua a leer, orar y cantar… No hay artistas, hay canto y oración... Las exhortaciones del diminuto sacerdote calientan los corazones… es fiel a su vocación de pastor, estuvo atento a sus ovejas desparramadas, las reunió en torno al Buen Pastor… Nos cuidó... Se hace la lectura de la vigilia en varios idiomas: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, permaneced unidos…

Observo a madre Teresa, de rodillas, en profunda concentración en medio del temporal, haciendo contemplación de Jesús Eucaristía, el Amado. Había venido para esto, su vocación. Consagrada al silencio del puro amor. He robado el instante en una foto de móvil. Ahí está ella, adorando. Nosotros, adorando. “Cristo es el único importante”. Lo decía un sacerdote sin importancia, pero con toda la fuerza del magisterio de la Iglesia.

Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe. Cristo es el único importante.

Dejo y termino aquí estas memorias de un humilde trovador y su familia en la JMJ. Aquí nos quedamos mantenidos, fijados en esa adoración políglota y emocionada… Cantemos al amor de los amores, cantemos al Señor. Dios está aquí. Venid, adoradores, adoremos a Cristo Redentor. ¡Gloria a Cristo Jesús! ¡Cielos y tierra, bendecid al Señor! ¡Honor y gloria a Ti, Rey de la gloria! ¡Amor por siempre a Ti, Dios del Amor!

Gracias por haber llegado hasta aquí, compartiendo con la lectura estas vivencias personales. Disculpa si fui pesado, redundante, novelero o me enrollé demasiado. Perdona si algo que dije no te pareció correcto. Aunque lo he procurado hacer todo en oración, nunca está libre uno de meter la pata. He intentado ser sincero y honesto, testigo de una experiencia, para edificación de todos, para profundizar, bien arraigados en Cristo y mantenernos firmes en la fe.


Paz y bien.


José-Manuel Montesinos
APF Con Vosotros Está.
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